jueves, 19 de noviembre de 2015

El mejor libro para prohibirle a tu hijo


La guerra de los botones, de Louis Pergaud, es el mejor libro para prohibirle a tu hijo. No hay lugar para dudar al respecto. Es un libro lleno de violencia, bulling, malas palabras y ejemplos de niños que roban a los padres, hacen trampa en el colegio, y se dedica a romper todas las reglas de la sociedad adulta.
Yo ya lo compre 3 veces (y estoy pronto a realizar una cuarta compra) para garantizarme tenerlo a la vista cuando Azul empiece a elegir qué libros leer. Y en cuanto le llame la atención, se lo prohíbo.

A mi no me lo prohibieron, mitad porque ya era un boludo grandote cuando llegó a casa, mitad porque nunca hizo falta incentivarme para que leyera, Me lo dio mi papá y me fascinó cuando llevaba media carilla de lectura.

La edición que conocí es la de Anaya, que es la misma que anda dando vueltas por ahí, con todos los giros del español de España (que es el más gracioso).

Me enamoré de los personajes, de los problemas que enfrentaban esos chicos patriotas defendiendo su pequeña nación de la invasión de los chicos del pueblo vecino. De sus actos de heroísmo, de su sufrimiento.

No quiero hablar del argumento, quiero contarles la angustia, la furia y la alegría que el libro me regaló. Casí soñé durante años con ser "El Gran Pacho" y pelear en el bosque de Longeverne contra los Velranos.
Una pequeña muestra, solo para que entiendan de que estoy hablando:

"-Ja, ja, amiguito! «Nos hemos dejao trincar» ¿eh? —dijo el gran Pacho en tono siniestro—. Pues
bien, ahora vas a ver.
- Eh, eh, no me hagáis daño ——tartamudeó Guiñaluna.
- Sí, guapo, pa que nos llames otra vez mierdas y huevos blandos.
- No he sido yo. ¡Oh, Dios! ¿Qué vais a hacerme?
- Trae el cuchillo ordenó Pacho.
- ¡Mama, mama! ¿Qué queréis cortarme? Las orejas bramó Tintín.
- Y la nariz añadió Pardillo.
- Y el pito —continuó Grillín.
- Sin olvidar los huevos —remató Pacho—. ¡Vamos a ver si tú los tienes blandos!
- Antes de cortar habrá que atarle la bolsa, como a los terneros observó Gambeta, que por lo visto
había presenciado esa clase de operaciones.
- Claro. ¿Quién tie la cuerda?
- Ay va —respondió Chiquiclac.
- Como me hagáis daño se lo diré a mi mama gimió el prisionero."

Creo que después de leer ese pasaje me pasé el resto de ese verano pensando dónde podría encontrar un bosque para armar una guerra en Rafael Calzada (por suerte para mi integridad física, no había).

Bueno, al que le parezca, que lo lea  y al que no... que se joda por huevos blandos